Cómo es el plan para incentivar a la gente a caminar más en la Ciudad

“Una ciudad caminable es, por paradójico que suene, una donde la gente pueda quedarse. No es sólo poner un pie delante del otro: es encontrarse, sentirse a gusto y querer permanecer”. La frase es de Sonia Lavadinho, una de las mentes detrás de los planes de caminabilidad de París, Ginebra y Lyon, entre otras ciudades. La ocasión: el arranque de la segunda fase del programa “Buenos Aires Camina”, que la tiene como asesora. El objetivo: expandir el proyecto fuera de los límites del Microcentro, donde se implementaron áreas de prioridad peatonal, y llegar a Chacarita, Caballito, Parque Chacabuco y Palermo, entre otros barrios porteños.

Lejos de las restricciones vehiculares de la primera fase, esta segunda etapa se traduce en intervenciones más profundas, para animar a los porteños a unir a pie puntos que en la mente parecen lejanos, pero que no lo son tanto. No sólo eso: que les den ganas de hacerlo y hasta de elegir caminar por sobre otros medios de movilidad.

Para eso se planean varias intervenciones, algunas más clásicas y otras más novedosas. Entre las primeras están el ensanche de veredas -que ya se hizo en el Microcentro-, la modificación de cruces peatonales y el recambio de luminarias. Con las segundas, en cambio, se busca que los caminos sean más estimulantes, entretenidos y hasta permitan cumplir propósitos varios.

La propuesta se basa en circuitos de caminata organizados en torno a diez “atractores”, puntos que concentran gran cantidad de personas, tanto de quienes caminan como de los que permanecen más tiempo en un mismo lugar. Esos nodos son la estación Once; los parques Centenario, Chacabuco, Los Andes, Patricios y Lezama; y las plazas Irlanda, Italia, San Martín y de Mayo.Fueron elegidos luego de análisis in situ, encuestas y lectura de indicadores urbanos como densidad poblacional y cantidad de árboles y luces.

El Parque Lezama es uno de los nodos en torno a los cuales se van a organizar los circuitos de caminata. Foto: Diego  Waldmann

Al unir esos puntos, surgen tres grandes circuitos, llamados “magistrales”, en sus versiones “sur”, “norte” y “central”, entre el Bajo y la avenida Pueyrredón. Y, al oeste de esta arteria, otros caminos curvos y rectos, que terminan abarcando barrios como Retiro, Palermo, Parque Chacabuco, Parque Patricios, Barracas, Caballito y Balvanera, entre otros.

Los itinerarios demandarían unos 40 minutos en promedio, aunque hay algunos de 35 y uno de 70. A lo largo de ellos, cada 200 o 400 metros, habrá “mojones” intermedios, estímulos que amplificarán la atracción de los puntos ya mencionados “para que las ganas de caminar no decaigan en ninguna parte del recorrido”, explica Lavadinho.

Nacida en Portugal y con títulos en Geografía, Sociología y Antropología Urbana, la especialista usa de ejemplos las acciones implementadas en las ciudades europeas sobre las que trabajó. “Los estímulos pueden venir de crear un pequeño sector lúdico o una intervención artística, de sacar hacia el lado de la calle un poco de vegetación de un parque cercano, de mejorar un cruce que tenga algún problema de seguridad vial, o de promover la instalación de determinados comercios”, enumera.

Detrás de este plan hay una comprobación básica pero vital: la gente atrae gente. Ese es uno de los motivos por los que muchos eligen vivir en una gran ciudad, en este caso una Buenos Aires de más de 14.400 habitantes por metro cuadrado, cuando la media en el país es de apenas 14. Del mismo modo, “dan más ganas de recorrer una cuadra cuando hay gente que cuando está desierta”, dice la especialista, y no se refiere sólo a las personas que circulan por ella sino, sobre todo, a las que están en permanencia, ya sea de pie hablando, jugando con sus hijos, sentadas en un banco o tomando un café en un deck.

La gente atrae gente. Y una de las maneras de que llegue gente es sumar atractivos en los itinerarios, como bares con terrazas en la vereda. Esto último se implementó en el corredor Donado-Holmberg, en Villa Urquiza.

Ahí es donde se inserta el concepto de microestadías: momentos de permanencia en una calle y hasta de encuentros, incluso de forma inesperada. Para eso, Lavadinho aventura algunas ideas: además de las intervenciones mencionadas, se pueden lanzar concursos de mejora de fachadas, estimular la instalación de pop-up stores (tiendas itinerantes) y regular usos para que, por ejemplo, en las esquinas se instalen locales de determinados rubros -como el gastronómico- y no de bancos o aseguradoras, por ejemplo.

Como se ve, se trata de un proyecto interdisciplinario en el que, con la “excusa” de mejorar las condiciones para caminar en la Ciudad, se busca regenerar el espacio público en general. Es por eso que, pese a que la iniciativa es de la Subsecretaría de Movilidad Sustentable y Segura, a cargo de Paula Bisiau, el abanico completo de áreas involucradas es más amplio: para la ejecución se trabajará en conjunto con distintos equipos del Ministerio de Desarrollo Urbano y Transporte y también del de Ambiente y Espacio Público, el de Cultura, el de Justicia y Seguridad, y el de Economía y Finanzas.

La meta última es hacer que los trayectos a pie se alarguen y que incluso, en la medida de lo posible, puedan usarse en reemplazo del transporte público o incluso para cumplir con otra sugerencia de la OMS: dar 10.000 pasos por día.

Se trata, a su vez, de concientizar sobre la posibilidad de unir a pie puntos que a primera vista parecen inconexos pero que en realidad están cerca. “El trayecto entre Parque Centenario y Once se hace en poco tiempo, sólo 35 minutos, pero la gente no lo tiene incorporado en su mapa mental como sí tiene el mapa del subte o el de colectivos”, ejemplifica el arquitecto Dino Buzzi, asesor de la Subsecretaría en general y de este proyecto en particular.

Otro objetivo es hacer que la Ciudad sea más amigable para las familias, y para eso Lavadinho propone varias estrategias, entre ellas las de generar “bandas lúdicas: lugares donde los niños puedan jugar sin que los padres deban desviarse. No necesariamente son juegos sino soportes de cuerpo activo: espacios con los que los chicos interactúen, desde desniveles hasta estructuras más complejas, instaladas en espacios de espera, como una parada de colectivo o una oficina de correos, o incluso sobre la acera, si hay lugar”.

El proyecto sigue todavía en fase de diseño y evaluación de factibilidad, pero sus impulsores esperan concretar los primeros puntos este año. Es el segundo anillo de un plan de caminabilidad cuya tercera etapa incluirá, en tanto, el oeste de la Ciudad. Pero eso quedará, en todo caso, para un futuro mandato.

Buenos Aires, caminable a medias

“Buenos Aires tiene la ventaja de que su gente está dispuesta a caminar una distancia mayor a la que se cree, a veces de hasta 55 cuadras, mucho más que en otras grandes ciudades en el mundo”, celebra Lavadinho. Eso se debe en parte a algunas virtudes del trazado porteño, como “la extensión de las cuadras, que al no ser larga, multiplica las opciones de trayecto: si no te gusta la cuadra que elegiste, en el próximo cruce puedes desviarte y completar el recorrido por una calle paralela que te atraiga más”, explica la especialista.

Otra ventaja porteña es “el arbolado de gran calidad. Tener contacto con la naturaleza influye en las ondas cerebrales y favorece la creatividad. Por eso estamos identificando las calles porteñas con árboles de troncos de más de 50 centímetros de ancho, que por definición son más lindos y frondosos”. Una virtud que, sin embargo, no resulta suficiente: en la Ciudad hay en promedio 5,9 metros cuadrados de verde por habitante, muy lejos de los 10 mínimos que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Las calles y avenidas arboladas, como Pedro Goyena, también invitar a caminar. Foto: Silvana Boemo

Del otro lado de la ecuación, hay factores que desaniman a los porteños a caminar mucho: la polución, la contaminación sonora, los quiebres o barreras arquitectónicas, las veredas rotas, la invasión de las veredas por parte de comercios y, en algunas zonas, la gran cantidad de cruces de avenida, que frenan la marcha reiteradamente. Ahí es donde otras áreas del Gobierno de la Ciudad tendrán que intervenir fuertemente.

Por otro lado, el potencial de la costanera en términos de caminabilidad está casi totalmente desaprovechado en un tejido urbano que le da la espalda al río. Y, según los responsables de este proyecto, no hay muestras de que esto cambie en un futuro cercano: con un puerto en funcionamiento, el tránsito pesado es intenso y eso genera grietas difíciles de soldar.