Octubre es el invierno de los jacarandás, el momento en que se desprenden las hojas de sus ramas y se preparan para albergar las flores azul violáceas que distinguen a la especie. La floración de los jacarandás es un espectáculo natural que sucede cada noviembre, y tanto porteños como ocasionales visitantes la celebran con admiración.
Esta temporada, la floración de los jacarandás fue algo tardía al igual que el año pasado quizá un indicio del cambio climático. La particularidad de este árbol es la floración sin hojas verdes, aunque a veces puede suceder que surjan brotes en simultáneo. Luego de la floración y avanzando hacia la temporada estival sus ramas irregulares y algo tortuosas conviven con hojas y flores, que vuelven sus copas más voluminosas y coloridas.
“Desde la Ciudad hemos definido que el jacarandá sea una de las tres especies prioritarias de este año, tenemos un plan estratégico y proyectamos plantar 100 mil nuevos árboles para el ejercicio 2020/23”, afirmó Facundo Carrillo, secretario Atención y Gestión Ciudadana, a cargo de BA arbolado. “Las especies definidas en el plan de arbolado proveen importantes beneficios ambientales para los vecinos, pero los jacarandás se destacan por las postales bellísimas que generan y que son retratadas cada noviembre cuando florecen”, destacó.
En las veredas porteñas hay 11.046 jacarandás; en tanto, otros 3255 habitan en espacios verdes. Es el cuarto árbol más presente en el espacio público porteño, detrás del fresno americano, el plátano y el tilo. Las zonas con más población de esta especie son las avenidas Figueroa Alcorta, Sarmiento, 9 de Julio y San Juan. También se los puede ver en lugares como la Embajada de los Estados Unidos, el Parque Los Andes y el Jardín Botánico.
“El jacarandá es uno de los árboles con mayor belleza paisajística de la Ciudad, pero además tiene muchas ventajas respecto del arbolado público. Sus raíces no son invasivas, su madera es resistente y su follaje genera una amplia sombra“, explicó Jorge Fiorentino, gerente de BA Arbolado de la Ciudad.
El árbol se convirtió en emblema para los vecinos de la ciudad y en 2015 fue declarado árbol distintivo de la Ciudad por la Legislatura. Aunque no se trate de una especie autóctona, ya que es originario del noroeste de Argentina, Bolivia, Brasil y Paraguay; se volvió parte de la geografía urbana y de la historia porteña.
Este noviembre vuelven a convertir a Buenos Aires en una imagen de postal. Durante unas cuatro semanas sus flores de 4 a 5 cm de largo permanecerán en las copas, luego caerán y tapizarán las veredas y los cordones de las calles porteñas con su color violeta.
El jacarandá fue incorporado al paisaje urbano por el diseñador francés Carlos Thays a finales del siglo XIX. Como director de Parques y Paseos, creó el Jardín Botánico y organizó expediciones al Norte argentino para buscar flora con valor ornamental que pueda habitar en la ciudad. El ibirapitá, el lapacho rosado, el palo borracho y el jacarandá fueron las especies que trajo. Evaluó su adaptación en el jardín Botánico y observó cómo prosperaban en un clima menos cálido al del norte del país.
La Ciudad a través de las Comunas y el área de Gestión Comunal desarrolla tareas de mantenimiento del arbolado público con un equipo conformado por 115 profesionales de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires. Todos los años realiza la plantación de nuevos ejemplares con el objetivo de incrementar el bosque urbano y asegurar las condiciones de seguridad de las personas.
Se calcula que este año se van a terminar plantando unos 20393 árboles, una cifra récord en la Ciudad. Fiorentino, ingeniero agrónomo especializado en gestión de arbolado y espacios verdes urbanos, detalló las variables que la Ciudad tiene en cuenta a la hora de elegir los nuevos ejemplares. El principal factor es la seguridad, lo que deriva de su madera, forma y estructura. La madera de los árboles plantados debe ser resistente y fuerte. El nombre del jacarandá significa “madera dura”.
También es importante la velocidad de crecimiento y la longevidad; o sea, que la vida útil del ejemplar sea considerable para evitar los recambios constantes. Otro aspecto tenido en cuenta es que las raíces de los árboles posean un desarrollo contenido para que no afecten en demasía las veredas y, con respecto al follaje, que la hoja sea caduca para permitir la sombra en verano y el paso del sol en invierno.
Además, es elemental que el árbol no tenga frutos carnosos, grandes y pesados que puedan causar algún daño al caer. La poca tendencia a contraer plagas y enfermedades que permite evitar las pulverizaciones o fumigaciones que contaminan el medio ambiente resulta fundamental. Fiorentino hizo énfasis, también, en las especies probadas con éxito en la Ciudad y, por último, en las características estéticas de árboles como el jacarandá y el lapacho que, por su floración, aportan belleza al paisaje urbano.