En pocos días el coronavirus convirtió las capillas y los colegios parroquiales de las villas en comederos o albergues para adultos mayores. En cada aula suele haber un máximo de tres camas. “Es la alternativa que ofrecemos a los abuelos que viven hacinados” en sus casas, dice un cura villero que se desempeña en el Gran Buenos Aires. Cuenta que, además, debieron multiplicar las comidas y las raciones en sus comedores comunitarios. “Por caso, si dábamos almuerzo, ahora también cena y si antes eran 30 ahora son más y la expectativa es que serán muchos más”, señala. ¿Y no entra en contacto entre si mucha gente?, preguntamos. “Con respecto a los abuelos procuramos que estén en lo posible bajo una inspección médica”, responde. “En cuanto a la comida, estamos distribuyendo un creciente número de viandas en recipientes descartables”, agrega.
El sacerdote lo cuenta con sencillez, sin hacer alarde. Pero lo cierto es que ello supone un enorme esfuerzo con la ayuda de abnegados voluntarios anónimos y el imprescindible aporte del Estado y las donaciones de empresas y particulares. Es parte de la respuesta que están dando ante la amenaza del coronavirus en las zonas más desguarnecidas: los cientos y cientos de asentamientos donde viven cientos de miles de personas, muchas hacinadas, sin agua potable ni cloacas. Y que dependen de las changas –hoy suspendidas por la cuarentena- para llevar el sustento diario a sus hogares. Aislarse y lavarse las manos con agua y jabón con frecuencia es en muchos de esos barrios una quimera. Y a veces parece más recomendable que no permanezcan encerrados en sus precarias viviendas.
De todas formas, son conscientes de que la situación puede complicarse si el Estado no aumenta sobre todo la ayuda alimentaria e incluso la económica como se lo advirtió días pasados un grupo de curas villeros a Alberto Fernández durante un encuentro en la residencia de Olivos convocado por el presidente. No obstante, el conocido padre José María “Pepe” Di Paola, que se desempeña en villa “La Cárcova”, en José León Suárez, uno de los que participó del encuentro, dijo que por ahora no ve “signos de desbordes sociales. Veo a la gente bien dispuesta. Entiende que estamos viviendo un tiempo muy difícil. Pero hay que centrarse en la ayuda permanente y comunicar de un modo adecuado a la gente de nuestros barrios, con realismo, sin mensajes frívolos”.
El padre Nicolás “Tano” Angelotti, cuya parroquia tiene jurisdicción sobre los barrios Puerta de Hierro, 17 de Marzo y San Petersburgo, en La Matanza, cree, sin embargo, que las cosas pueden complicarse a medida que se prolongue la cuarentena. “Si en nuestros barrios hay hambruna los habitantes van a salir a trabajar por más que se expongan ellos mismos y expongan a todos”, afirma. Y señala que “en nuestros barrios el tema social está por encima del tema de salud, por más que vaya de la mano. Si no se resuelve el tema social, no vamos a poder cuidar la salud”. Como el padre Pepe y tantos otros curas villeros, Angelotti también amplió la oferta de comida y de alojamiento en estos últimos días. Pero, además está disponiendo un gran polideportivo de su parroquia para convertirlo, llegado el caso, en un hospital de campaña.
Pero los curas villeros no solo necesitan que se refuerce la ayuda alimentaria y económica. También esperan que el Estado cumpla con la promesa del envío suficiente de kits sanitarios, que incluyen entre otros elementos, alcohol en gel, para distribuir entre los pobladores. Además, algunos –como el caso del padre Pepe- han llegado a alquilar una casa para las personas en situación de calle, un grupo no siempre debidamente contemplado. De hecho, la Comunidad San Egidio, que recorre por las noches barrios de la ciudad de Buenos Aires llevándoles alimento manifestó su preocupación porque es asistencia está suspendida.
Los frentes son varios. Uno no menor es la atención sanitaria si se tiene en cuenta que muchos habitantes de las villas se atienden en hospitales de la ciudad de Buenos Aires. Por eso, un grupo de curas villeros, religiosas y dirigentes sociales difundieron una declaración en la que dicen entre otras cosas que durante la emergencia “es necesario ampliar los días (a sábado, domingo, y feriados) y los horarios de atención de los centros de salud cercanos a nuestros barrios; como también contemplar que los módulos hospitalarios móviles anunciados por las autoridades nacionales, se ubiquen en las cercanías de villas y asentamientos”.
Así las cosas, el desafío de los sacerdotes de las villas –que ya venían sobrecargados por el parate económico- se agigantó por la amenaza del coronavirus. Pero todo lo que ellos hagan con sus voluntarios y el aporte público y privado puede ser clave con el paso de los días para garantizar la paz social.