Una escena del primer episodio sirve para pintar un mundo: un chancho al que se lo desmenuza para recuperar de sus vísceras varios kilos de cocaína. Tal vez no estemos ante una serie apta para veganos impresionables. Ni para detractores de la combinación thriller con comedia negra. Pero Matadero, con su cuota de sangre, tiros, cerdos muertos colgados en frigoríficos -y vivos con el estómago relleno de droga-, es una novedad con un tono ibérico que no abunda en el desesperante reino de las series.
Después de La casa de papel, Las chicas del cable, Élite, Vis a vis, El embarcadero y todo ese aluvión español, Matadero -que se estrena este lunes 11 a las 23 por Atreseries, y bajo demanda en Cablevisión Flow y Canal 1 de Cablevisión HD-, la historia que transcurre en Torrecillas, pueblo imaginario de Zamora, nos muestra el acento puesto en la otra españolidad, el interior y su paz, el campo, el trabajo alrededor del ganado porcino, el cabaret, el bar, la ruta, el universo de los personajes rurales.
El tema aquí son los chanchullos de Francisco (Antonio Garrido), dueño de un matadero en donde la droga se trafica dentro de los cerdos. Descubierta la jugada por Julio (José Ángel Egido), uno de los que controlan el narcotráfico del lugar, éste envía dos asesinos. Quien termina involucrado accidentalmente es Alfonso (Pepe Viyuela), cuñado de Francisco y veterinario del pueblo que tapa ilícitos como avalar carne de dudosa procedencia. La fragilidad de la carne en todos los sentidos posibles.
En diez capítulos, cuya influencia autoral está blanqueada (una historia inspirada en Fargo, de los hermanos Coen), hay maratón de asesinatos, suena Julio Iglesias, aparece algún argentino, hay chistes sobre gallegos y una interesante evolución del personaje central (Viyuela), de tímido a capaz de cualquier cosa en su camino por salvar su «pellejo».
Más de tres millones de espectadores eligieron la serie en España el día de su debut por Antena 3, según informa El País. Un producto con guiños autóctonos que funcionan bien fuera de la península ibérica. Eso sí: demasiada violencia camuflada en el envase del humor negro. Entre amoríos, persecución y jamones, la cámara se posa en las tripas animales y humanas. Su título nos lo anticipa. Estamos frente a una carnicería.