Es una simple pregunta, pero en realidad es más que eso: suena a reclamo y apuro, a expectativa y obligación. “¿Para cuándo los confites?”, sondean los parientes en la cena familiar. Ahora hay un dato para surfear el momento con elegancia e información: los porteños se casan seis años más tarde que sus padres. Así engrosan una tendencia mundial que se profundiza a un ritmo cada vez más acelerado.
”Esperamos a sentirnos preparados”. “Ahora estamos más plantados en la vida”. “Estaba enfocado en mi carrera y no tenía tiempo para una relación”. Lejos de las propuestas hollywoodenses en las que uno le pide al otro que acepte casarse con él, en los planes nupciales de hoy la decisión se siente más natural, pensada y compartida. Quienes la toman saben que son cada vez menos, pero que cada vez son más los que lo hacen a su edad, a mitad de los treinta. Es que en la Ciudad la edad promedio para conseguir la libreta de matrimonio ahora ronda los 34 años. Más precisamente, 35 para varones y 33 y medio para mujeres.
Son entre cinco y seis años más que en 1990, según revela un informe de la Dirección General de Estadística y Censos del Ministerio de Economía y Finanzas porteño. Fue elaborado en base a datos de otra Dirección, la del Registro del Estado Civil y Capacidad de las Personas del Ministerio de Gobierno de la Ciudad, que ya viene dando cuenta de otro indicador que va de la mano del anterior: la caída estrepitosa en la cantidad de casamientos en Capital. Pasó de 22.000 en 1990 a 12.400 en 2009 y, aunque esa cifra por momentos suba, en los últimos años volvió a caer y ahora sigue en picada.
Así es como a comienzos de los 90 había 7,4 matrimonios cada mil personas, mientras que en 2018, esa tasa se redujo hasta 3,6 por mil, menos de la mitad. Fueron en total 10.893 los casamientos ese año. De ellos, 10.374 fueron parejas heterosexuales y 519, conformadas por personas del mismo sexo: 321 entre varones y 198 entre mujeres.
“Creemos que esta postergación del matrimonio tiene que ver, al menos en parte, con que las mujeres están mucho más integradas al mercado laboral remunerado que hace diez o veinte años”, analiza José Donati, a cargo de la Dirección General de Estadística y Censos. Y pasa a explicar: “El interés por la carrera ahora se multiplica por dos y hay más pedidos de que el otro miembro de la pareja espere a que uno se asiente laboralmente antes de casarse”.
Para entender mejor este signo de época, hay que leer esos datos junto a los de la Encuesta Anual de Hogares, que hablan de formas de vincularse más allá del binario soltería-matrimonio. Esas cifras muestran que muchas de las parejas que no se casan sí conviven. “Esto también incide directamente en la baja de casamientos. La gente ahora tiende a vincularse en formas menos tradicionales, y eso es cada vez más aceptado. El prejuicio contra las parejas que no se casan va cayendo”, observa Donati.
Mientras que la idea de convivir sin pasar por el registro gana aceptación, la pierde la idea de casarse. “Las circunstancias socioculturales actuales mantienen una visión crítica acerca de la idea de ‘contraer nupcias’. Si hasta el término suena de la Edad de Piedra”, reconoce el psicólogo Alejandro Rueco. En su opinión, esto se da principalmente por dos motivos: por un lado, “en vista de lo efímero de los afectos y a que ‘nada es para siempre’”. Por el otro, por lo devaluada que está la institución del matrimonio, “al ser asociada con el valor que le otorga la Iglesia católica y demás confesiones religiosas”.
La Encuesta Anual es coherente con los números de los registros civiles: arroja que el 40,5% los porteños de entre 25 y 34 años está soltero, proporción que entre los 35 y los 44 años cae al 12,8%. Los casados, en tanto, pasan a constituir casi el 35% de los casos entre los 35 y los 44, es decir, más del doble del porcentaje que se registra entre quienes tienen entre 25 y 34. Por otra parte, quienes viven en pareja sin casarse es casi la misma entre los de 25 a 34 que entre los de 35 y 44: 35,3% y 36,4%, respectivamente.
En ese aspecto, Buenos Aires ya se parece a algunas ciudades de países europeos “como Francia, Alemania, España y hasta Corea del Sur”, resalta Donati. Se refiere a centros urbanos que, al igual que la capital argentina, también tienen una población cada vez más envejecida. “La postergación del casamiento se enlaza con el aumento en la esperanza de vida, que es lo que además conecta directamente con el envejecimiento de la población”, precisa el especialista.
Esta mayor expectativa de vida es otro de los factores que señala Rueco. “Hay más tiempo, lo que permitiría extender una ‘moratoria’ en el galanteo, entendido como el proceso a través del cual las personas experimentan sus emociones y sus afectos en la búsqueda de una relación afectivamente estable”. Con la pérdida de fuerza de los mandatos tradicionales, entonces, para muchos porteños los únicos que apuran para casarse ahora son esos parientes entrometidos en incómodas cenas familiares.